La idea, el alma del microtexto

25 ene 2009

(reflexión)

Los textos breves comprimen la idea o, mejor aún, la desnudan hasta despojarla de todo lo superfluo.
La idea queda entonces aparentemente vulnerable ante los ojos del lector, ya que no puede esconderse; aparentemente vulnerable porque a veces, la muy pícara, decide ponerse un poco de carmín y guiñarnos un ojo, o nos confunde con su actitud o sus palabras, o nos sorprende con su descaro, con su sonrisa, con su elegancia, su ironía o con su sofisticación para que desviemos la mirada de su cuerpo desnudo o, más sugerente aún, para que (la) evoquemos en vez de observarla.
Porque la idea, desnuda, es un arma de doble filo.
De doble filo porque su desnudez nos la muestra tal cual es, con su brutal sinceridad; de doble filo porque esa desnudez puede ser una herramienta para el engaño.
En el primer caso, cuando a la idea se la desnuda y se la expone tal cual es ante el lector, ésta debe refugiarse en su pureza, pues sólo ella puede revestirla en parte.
Nada hay más puro que una idea desnuda.
Y aunque la mayor parte de las veces se muestra tal cual es, en muchos casos la idea pura es sólo una abstracción, una mera proyección de algo latente dentro de nosotros mismos, algo que en ocasiones ni sabemos qué es. Y entonces, evoca involuntariamente, per se.
En el segundo caso, cuando a la idea le gusta jugar con el lector, entonces se convierte en un ejercicio de estilo, un manual de seducción en toda regla.
Su desnudez es entonces falsa limitación y se convierte en su mejor arma, pues la utiliza como una cortina de humo para sorprender al lector, tomando de sí misma su esencia, aquello que la hace pura, única, para moldearlo hasta crear un disfraz, o muta en otra idea como por arte de magia.
Pero ya sea mediante desnudez o picardía, si a la idea le apetece seducirnos, lo conseguirá.
Tan sólo necesita escoger la forma correcta. Y es que hasta a las ideas les cuesta ganar desnudas.

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