La fuentecilla (tres poemas)

18 jul 2009

(del poemario inédito "Presagios de viaje y Otras muertes")

Bajo el título de "La fuentecilla" tengo tres poemas con una fuente como protagonista: "La fuentecilla enamorada", "La fuentecilla agotada" y "La fuentecilla desolada". Os los transcribo uno detrás del otro, todos en esta misma entrada del blog.
Que los disfrutéis.


LA FUENTECILLA ENAMORADA

En un solitario parque de Barcelona,
cercado por edificios que lo ocultan de la calle
y ensombrecen todo el día,
una bella fuentecilla juega,
entre setos de arrayanes,
al escondite con los visitantes.
Su cabeza se recosta
contra un murete de piedra,
rostro de belleza pétrea
cincelado en el granito,
que con la boca entreabierta
vierte, con ritmo contínuo,
agua fresca aun en estío.
Salpica y humedece los macizos
de flores, el aire,
y el romero y el tomillo
que crecen silvestres a su vera.
Y todo el día, los pajarillos
beben su agua en el remanso
recogido y refrescante
de su pilón de mármol.
Pasa las mañanas lánguida
hasta que llegan las tardes,
en que tras pasos cortos y serenos
asoma un joven leyendo
a su escondite.
Los ojos cristalinos
leen en voz alta el libro
–en esta ocasión, Soledades
en el auditorio de su alma;
hasta que la fuentecilla
aumenta, pícara, su caudal,
y el rumor del agua fresca
trae al joven de vuelta
a la soledad del parque.
Sonríe y va hacia la fuente
tras guardar el libro en un bolsillo,
y otra vez, como cada tarde,
acaricia la superficie pulida
de su pétrea mejilla
y le dice: Hola morena,
¿me dejas besarte?

Entonces el joven acerca
su rostro a la boca entreabierta
y roza los fríos labios
al beber el agua fresca.
Pasan uno, dos instantes,
el flujo tremola inconsciente
y el joven se separa de la fuente,
los labios brillantes por el agua
y acaricia de nuevo su mejilla
y dice: Gracias, guapa.
Luego se marcha canturreando
una canción de letra ya olvidada
mientras la fuente, casi ausente,
nota marchar el tacto
de los besos de su amado
por el desagüe, con el
fluir constante del agua.


LA FUENTECILLA AGOTADA

Ya hace un año que la fuente
–aquella fuentecilla enamorada–
se ha secado.
Ya no brota de su boca
entreabierta el agua fresca
que era alegre himno de vida
en aquel rincón del parque
sombrío de Barcelona.
Ya no vienen a visitarla
los alegres ruiseñores,
ni los loros charlatanes
escapados del zoo de la Ciudadela.
Siguen viviendo a su vera
el tomillo y el romero
alimentados ahora por la lluvia
y –como entonces–
por los minerales de la tierra.
Las hojas siempre verdes
de los setos de arrayanes
ya no reflejan orgullosas
su rabioso verdor de clorofila
y muchas veces –demasiadas veces–
lucen las hojas secas.
Pero lo que más añora
la otrora fuentecilla enamorada
es que ya no atrae su caudal
las risas de los escolares
que iban de excursión al parque,
ni los pasos furtivos de los amantes
guiados por su rumor de secretos,
ni, sobre todo,
los pasos arrastrados del muchacho
que llevaba cada tarde,
a sus labios,
dulces besos de amor
engalanados de versos.
¿Dónde quedan aquellos tiempos
alegres de sus recuerdos?
¿En qué punto se perdieron
sus deseos y sus sueños?
Su bello rostro pétreo
de oscuro granito
ha adquirido un tono ceniciento.


LA FUENTECILLA DESOLADA

Aquella fuentecilla enamorada,
después seca,
ya tiene agua.
Vinieron del Ayuntamiento
(de Parques y Jardines)
unos operarios de peto verde
y sombrero de paja
–absurda representación bucólica
en medio de la ciudad grisácea–
y hurgaron, indecentes,
bajo el pilón de la fuente
para abrir la llave de paso
y dejar correr el agua.
Le contó la corriente
al saltar del caño que acababa
tras su boca entreabierta,
que por un edicto de Obras Públicas
se cerraron todas las fuentes
para poder cambiar las cañerías,
que por lo visto perdían,
con el consiguiente desperdicio de agua;
y ahora, tras las reformas,
ya daban de nuevo servicio.
¡Pobre fuentecilla que pensaba
–como el poeta–
que su agua brotaba de las entrañas de la tierra!
¿Qué quedaba entonces de su esencia
si ya era sólo granito,
belleza artificial y pétrea?
Lloró entonces la fuentecilla
por los surcos que cercaban
sus ojos tallados, y al verlo
los operarios pensaron que tenía filtraciones.
Volvieron los ruiseñores
los loros, los estudiantes,
los amantes…
mas la fuentecilla
lloraba y lloraba
con desconsuelo su nostalgia.
Tiempo atrás perdió a su amor
y ahora se pierde a sí misma.
¿Qué nos queda sin amor?
¿Qué sin esencia de vida?
Las lágrimas ya han hecho cauce
en sus mejillas gríseas
y en aquel rincón del parque
vive ahora la melancolía.

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