Un caballero de quince años

16 ene 2009

(microrrelato inédito)

Estaba sentado al borde de la cama, limpiando con un paño húmedo el sudor del cuerpo moribundo que luchaba por sobrevivir.
El agonizante abrió poco a poco los ojos.
―¡Oh, mi noble Sancho! Eres tú. Siempre a mi lado, procurando por mí. Eres el mejor escudero que jamás tuvo caballero alguno.
Los ojos del cuidador brillaron bajo la débil luz que alumbraba la habitación cuando las lágrimas empezaron a aflorar a sus pupilas.
―Mi fiel Sancho… ―continuó―. Debes cuidar de Rocinante ¿me lo prometes? Y dile a Dulcinea que siempre… ―ladeó la cabeza y vio a una mujer algo apartada de la cama, medio en penumbra―. ¡Mi amada Dulcinea, habéis venido! No sabéis cuan gratificante es para mi corazón que os halléis en mi alcoba de muerte. Sabed que os amaré por toda la eternidad.
―Miguel, ¿por qué habla así? ―dijo la mujer visiblemente asustada.
―Shhh… ―le respondió el hombre―. Está delirando.
―¿Delirando? ¿Eso pensáis, mi fiel Sancho? ¿Acaso sufro de fiebres que enajenen mi razón? Tú sí que delirabas cuando confundiste los gigantes con molinos, así que no cuestiones ahora mi juicio.
El llamado Sancho le miró entristecido. Por desgracia, no tenía fiebre.
―Sabed que…
Pero nada más dijo, pues murió en aquel instante.
Miguel lloró sobre el cuerpo cubierto de heridas de su hijo y odió con todas sus fuerzas los libros de caballerías, al instituto, al Consejo Escolar, al plan de estudios y a sus lecturas obligatorias y se prometió que lo primero que haría tras el entierro sería ponerles una demanda por obligar a leer El Quijote a un chico tan influenciable.

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