Falsa paradoja

26 dic 2008

(microrrelato inédito)

Su madre siempre le había respondido con evasivas o vaguedades acerca de quién era su padre.
Que si había sido un ladrón que se había colado en la casa y la tomó mientras dormía, aunque según ella nunca supo qué le habían robado. Que si había sido un violador, aunque su madre dijo que nunca fue forzada y se entregó voluntariamente a aquel extraño, nunca supo muy bien por qué… Vamos, que ya sólo faltaba la versión del ángel para explicar su embarazo.
Por eso, desde pequeño, tomó la resolución de ahorrar cuanto pudiese hasta poder pagarse un viaje al pasado para averiguar la verdad por sus propios medios.
Ahora, a sus treinta y cinco años, está de nuevo en el que fue su hogar hasta que lo abandonó, recién alcanzada la mayoría de edad.
Es medianoche de una bochornosa noche de agosto.
Coge la llave de debajo del felpudo y abre la puerta principal. La casa se diferencia poco de como la recordaba de su infancia. Cruza el comedor, que por aquel entonces no tenía televisor, y se sienta en un rincón de la sala, a la espera de que llegue su futuro padre.
Pasan los minutos, después las horas, y al final el silencio y la penumbra hacen que se quede dormido.
Se despierta sobresaltado, desorientado en los primeros momentos y mira su reloj cuántico: las tres y media.
Después de maldecirse entre susurros airados, se pregunta si ya habrá perdido la oportunidad de saber quién fue su padre y de saber qué hacía esa noche en la casa.
Luego, se dice que habría oído algo y piensa que es posible incluso que su padre esté ahora mismo yaciendo con su madre.
Se levanta del rincón con dificultad, pues tiene los huesos y músculos entumecidos y se dirige en silencio al dormitorio.
Pega la oreja a la puerta para intentar escuchar sonidos que provengan del interior, pero no oye nada. Gira el picaporte suavemente y asoma la cabeza por la abertura. No parece haber movimiento alguno.
Tarda un tiempo en adaptar la vista a la leve claridad que se filtra por las espesas cortinas, proveniente de las farolas de la calle.
Cuando ve a su madre durmiendo desnuda sobre la cama, su cuerpo voluptuoso perlado de sudor, sus pechos grandes, perfectos, con los pezones apuntando al techo, su vello púbico recortado sobre el monte de venus como suave terciopelo, los turgentes muslos entreabiertos mostrando su sexo depilado y rosado, y nota la erección entre sus piernas, sabe que nunca tuvo padre.

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